Desde que Sophia pudo coger un creyón ha dibujado casi todos
los días. La primera vez que me regaló un garabato, lo sostuve en alto y no vi
una especie de círculo púrpura. Vi un certificado que decía: "Ahora eres
un Padre".
Yo solía mirar los dibujos coloridos de los hijos de mis amigos
y pensar "Bueno. Parece lindo, supongo". Pero cuando mi hija me
regaló esa primera obra de arte, me di cuenta de que no importaba si era linda
o no. Fue directamente a la nevera.
Sucedió lo mismo con el 2do y el 3ero y el 4to. Eventualmente
la puerta del refrigerador se llenó y los malos imanes, me obligaron a botar los
más viejos. Luego me acerqué a la basura, los mires por un segundo y los
saqué, decidiendo que podrían vivir en la parte superior de la
nevera. Cuando la parte superior de la nevera se llenó, fui y los mudé a una caja...
y otra caja.
Lo sé era un
problema. Pero estas imágenes eran huellas de que mi pequeña niña había crecido
y había dejado una vida en la que apenas podía contar hasta diez. Todos los
días mejoraba un poco. Un círculo se convirtió en una cara. Junto a la cara
crecieron unas piernas, luego un cuerpo. Las líneas se convirtieron en casas.
Un sol. Una luna. Planetas Ella estaba creando el mundo a su alrededor. Ella lo
puso en creyón. Y yo... lo puse en la nevera.
A medida que fue creciendo, su mundo necesitó más y más papel.
Quería aferrarme a ese primer garabato morado, acercarlo a mi pecho y recordar
cómo me hizo sentir ser papá. Pero cuando lo hice, sentí que extrañaba el hecho
de que ella dibujara todos los días.
Sabía que eran solo papeles, y que la pequeña línea que había
en la hoja se había transformado en algo aún más magnífico. Aun así, no sentí
una sensación de pérdida de mi niña cuando miré sus viejos dibujos. Sentí una
sensación de geografía emocional. Pude ver lo mucho que había crecido. Pude ver
hasta dónde había llegado yo, como Padre.
Hace unas semanas, estaba limpiando la parte superior de la
nevera y encontré una pila de dibujos que no había visto en mucho tiempo. Los vi
con calma y sonreí, pensando en la expresión de su rostro cuando se enterara de
que había puesto sus dibujos allí, sobre la nevera. Entonces hice algo que
incluso me sorprendió.
Arrugué rápidamente un puñado de dibujos e hice una bola y
los empujé a lo profundo del bote de basura. Así no tendría la oportunidad de
verlos en la parte superior y sentiría la necesidad de sacarlos. Luego me lavé
las manos. Luego, me sentí culpable.
Pero no le hice caso a mis pensamientos.
En ese momento me di cuenta de que lo que había tirado era
papel y cera. Esa sonrisa. Esa sonrisa en el rostro de Sophia cuando le di las
gracias y elogié su arduo trabajo. Ese era el verdadero arte, y estaba
escondido en un lugar mucho más seguro que la parte superior de mi
refrigerador. No tengo que mirar círculos, árboles, soles y flores para
conectarme con lo lejos que hemos llegado Sophia y yo. Solo tengo que mirarla a
sus ojos.
Todavía tengo mis favoritos. Están en varios sitios, cerca
de mi lado de la mesa, uno que otro en mi trabajo, y otro poco en el cuarto de
juguetes de mi casa. Pero ahora no me siento tan mal arrojando la mayoría de
ellos a la basura. No son todas unas obras de arte. Son el subproducto hermoso
del arte. Son hojas de un árbol con una buena historia de una niña y su padre.
Anoche, en vez de dibujar, Sophia nos preguntó si podía
mostrar sus nuevas y dulces habilidades numéricas contando de uno al cien.
Lejos de negarle la oportunidad de contar, guardamos los lápices de colores y,
Fabián y yo, nos sentamos a escuchar atentamente.
Lo hizo tan rápido que los números se mezclaron. Escuchamos
asombrados cómo mezclaba los cincuenta, sesenta y setenta. Cuando llegó a
los 100, gritó como si llegara a la cima de una montaña. ¡¡CIEN!! Aplaudimos
fuertemente por ella y nos dio su pequeña risita orgullosa. Ella dejó atrás
lo de contar hasta 10 hace un año y
ahora estamos en los cien. La risa que le damos a Sophia es una mezcla de
orgullo con mucho cariño.
Y claro, no puedo colocar su conteo en el refrigerador o
ponerlo en una caja, pero ella puede alegrarnos el corazón con su voz,
Y eso es mucho más difícil de tirar.